NUNCA FUE DE COLOREAR
La sensación de meterse en algo que no dominas puede llegar
a ser muy atractivo. La incertidumbre, el reto y el afán de superación son
elementos que pueden mover montañas. Probablemente la evolución haya sido
posible gracias a la curiosidad, a las inquietudes del que no sabía y quería
saber, al valiente que se sale de su zona de confort para alcanzar nuevos
horizontes…
A decir verdad a aquel tipo le gustaba meterse en todos los
charcos, aun sabiendo que no siempre llevaba botas de agua o que si las
llevaba, la mayoría de las veces, la profundidad del charco superaba la altura
de ese calzado. Todo aquello que percibía como algo atractivo, él intentaba
hacerlo e incluso disfrutarlo. Le ponía tanta pasión que podía llegar a
convencer a la gente que le rodeaba de su capacidad de conseguir algo fantástico
en la materia o disciplina en la que se empeñara en trabajar. Una vez quiso ser
cantante y le dedico mucho tiempo, pero alguien muy cercano le dio un
baño de realismo y le dijo: “serías un buen cantante si no fuera por la voz y
la ausencia de ritmo”. No se daba cuenta o no quería asumir que un manco no
puede jugar al tenis, que un ciego no puede ser cazador y que un arrítmico crónico,
por mucha ilusión y dedicación que le ponga, no puede ser cantante.
Tras el entusiasmo frustrado siempre llega la decepción
absoluta. Era muy pequeño cuando se empeñó en hacer las mejores manualidades de
la clase. Le dedicaba varios días, estropeaba ropa, ensuciaba el mobiliario…
todo para hacer un lapicero con pinzas de la ropa. Por otro lado, las botellas
de sal pintada acababan con todas las capas mezcladas de colores y colorear era
un calvario más. Los lápices y las ceras todavía pero con las témperas era catastrófico.
Tanto es así que cuando llegaba el día de la madre, mientras todos los niños
les llevaban un detalle hecho por ellos, aquel chaval pedía auxilio económico a
su padre para comprar algo en una tienda.
Han pasado muchos años pero no está de más advertir a Diana,
que a sus 3 añitos le reclama que juegue con ella a pintar. “Nunca fui de
colorear” avisa con nostalgia mientras cede a la insistencia de la pequeña. No
pasa mucho tiempo y ella, tras ver el resultado del juego, le mira con cara de
compasión mientras piensa que lo mejor es que se tomen un café imaginario.
Las conversaciones con cafés imaginarios se convierten en
los mejores momentos que comparten. Es posible que ella haya descubierto que no
es el mejor pintor, que en las canciones infantiles se adelanta a la letra y
que haciendo figuras de plastilina le salen cosas irreconocibles, pero tiene la
certeza de que con una nariz de payaso y un café imaginario consiguen ser el tándem
perfecto. Él nunca fue de colorear y sin embargo ella cogió el lápiz,
destrozó el papel y pintó en su rostro la mejor de sus sonrisas.
El éxito está en rincones muy visibles que no sabemos
apreciar.
JATOC
#LAANTOÑITA
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